Galicia Hoxe, 10 de marzo de 2010
Sería el color azul y ese olor a frescura de mar lo que provocó aquel doble enamoramiento. La Luna encandilada se sujetó perenne y para siempre a la Tierra. Y el Sol la prendió desposándola a su órbita para las siguientes eternidades.
El Sol y la Luna pactaron solidarios compartir su amor por aquel otro cuerpo celeste. Navegando juntos de un horizonte a otro, medio día tendría la Luna para visitar a su amante y la otra mitad sería para el cortejo del Sol. Se concibió así el día y la noche.
Repartiéronse también en dos mitades el territorio que les correspondería. El Sol tomó el Norte, que pobló con hijas e hijos de ojos, piel y pelo claros amasados con sus rayos de luz. La Luna amamantó en el Sur, con su nocturno resplandor, preciosos seres morenos y negros.
Sol y Luna, Luna y Sol dispusieron entre ambos los medios para que sus dos mundos tuvieran con que ser. La Luna sacudiría los mares y así la pesca llegaría fácil a todos los pobladores. Cuando ellos enterraran las semillas bajo la tierra en noches de luna llena, Ella se encargaría de darles la mejor eclosión, para crecer después altivas y sanas con el calor y energía que regalaría el Sol hasta el momento de la maduración y la cosecha.
Millones de días después ambos pueblos se encontraron y la armonía creada por el Sol y la Luna se quebró. De sus diferencias hicieron odio y discriminación. De los bienes que podían compartir hicieron dominación y expolio. De los lujos hicieron necesidades.
Tristes y heridos la Luna y el Sol tomaron rumbos diferentes alrededor de la Tierra, perdiendo su mágica conexión. El tiempo, regular hasta entonces, cambió: los calores se extremaron, la lluvia escaseaba y los cultivos apenas despuntaban. El frio se intensificó helando los extremos del planeta estimado. Se concibió el invierno y el verano.
Fue así hasta que dos habitantes de la Tierra, de cada uno de los Mundos enfrentados, ignoraron el miedo inculcado generación tras generación. Hija del Sol e hijo de la Luna llevados por un amor nuevo fundieron sus cuerpos. En aquel abrazo explotaron luces, sonidos y perfumes insólitos, confundidos entre las sombras y la luz, porque en aquel instante el cielo presenció el primer eclipse astral. Y dicen -quienes cuentan esta leyenda- que así fue que nacieron los sentidos.