La boina

El Norte de Castilla. Opinión. 16 de marzo de 2010

Era la segunda vez que subía a un tren y como en su estreno revivía un momento de placidez, de esa que se nota por  dentro. El viaje recorrido hacía más de medio siglo le condujo desde Burgos hacia Palencia y de allí, en el autobús de línea, hasta su pedanía. Cree que fue durante el propio trayecto, en aquel vagón de madera con fuerte olor de la brea utilizada en su mantenimiento, cuando se dijo hacia adentro que olvidaría para siempre el sufrimiento del Penal, para vivir día a día, sin prisa, escuchando cada segundo pasar. Al llegar a casa su padre le cubrió -como un bautizó siempre prorrogado- con la boina campesina.

Bajo ella se resguardó de la lluvia y el frio mientras con esmero labraba su campo de patatas. Fue su visera para protegerse del sol dañino de los meses estivales cuando tocaba recoger los tomates y berenjenas de la huerta. Con un gesto memorizado la alzaba ligeramente por el borde mientras miraba pastar a las ovejas, atento a qué todas estuvieran en orden. Él, que no fue de ir a misa, todos los domingos le sacudía el polvo contra su pierna, para presumir delante de Manuela.

Seguramente fue la boina quien le aplacó la ira cuándo su hijo mayor le tachó de “cacique capitalista”. Que por tener aquellas 10 hectáreas heredadas con su huerto, sus sembrados de trigo, cebada y patatas y sus pastos para el ganado, que por todo eso que tenía, -y ese ‘todo’ salía violento de su boca- era un opresor y no recuerda que otros muchos improperios le soltó. Nunca riñó con su hijo cuando le veía involucrado en proyectos por la comarca: que si vivir en comuna, que si un sindicato anarquista… Muchos discursos parecidos ya los había escuchado en el Penal, aunque él a la guerra, entró sin saber el lado que defendía. Y calló cuando el hijo se despidió,  marchaba hacía Nicaragua donde –dice-de verdad se hacía un revolución. Pero la boina le vio llorar más de una vez pensado en su hijo que nunca volvió a visitarlos. Sabía de él por las cartas que, eso sí, llegaban puntualmente cada dos meses. Parece que estuvo por las montañas del país centroamericano impartiendo clases de castellano, que llegó a colaborar en algunas cuestiones de Gobierno y, que ya caída la revolución, abrió un negocio de enfardador en Managua.

Esa vieja boina volvió a amansarle cuando su otro hijo, al que le pudieron pagar los estudios de agrónomo en Madrid,  volvió con ganas de cambiarlo todo. –Padre, esta forma de trabajar el campo es atrasada y no rinde. Tendremos que eliminar el huerto y las patatas, sembraremos todo de cereal con nuevas semillas mejoradas y, con los fertilizantes inorgánicos y el uso de pesticidas, aseguraremos excelentes cosechas que venderemos muy bien en  las granjas de cerdos que ya se están instalando por la zona. Habrá que pedir un crédito para comprar un tractor y otras maquinarias, es lo que hay que hacer. Con tanta insistencia era que proponía todo eso que decidió traspasarle la finca, mirando desconfiado bajo su sabia boina cómo todo cambiaba. Cambió el paisaje, llegó mucho ruido y la comida de cada día –la verdura, los huevos, el pan- ya no la producían ellos mismos. Con el dinero que administraba el hijo se compraba todo en los comercios del pueblo. Manuela removiendo el caldero de sopa en la cocina le observaba velado por el humo de su cigarrillo y sentía que el rostro se le escondía bajo la boina, como enfurruñado.

Tampoco estaba satisfecho el hijo agrónomo. Al llegar del campo se pasaba todas las tardes rellenando papeles de cuotas, subvenciones y gestiones que él nunca entendió. Siempre le veía corriendo y con urgencias. No entendía tampoco la lógica de depender de un único cultivo. ¿Y si se da mal, si llega una plaga o si se paga mal el quintal? Se rascaba la cabeza por debajo de la boina y comprendía porque tantos jóvenes marchaban de los pueblos. Ese modelo de agricultura ni rentaba suficiente a los propietarios ni daba jornales a los trabajadores rurales. La solución que proponían ahora para ‘revitalizar’ el pueblo era instalar un cementerio. Un cementerio de residuos nucleares.

En todo eso pensaba en su segundo viaje en aquel tren insonoro. Aquellas grandes ventanas le dejaban ver las primeras tierras catalanas. Se suponía que en Lleida le estarían esperando para que impartiera unas clases a los alumnos de agroecología. Resulta –le dicen- que un viejo como él tiene mucho saber que transmitir.

El joven que presentó la conferencia lo explicó: “La agricultura moderna con el uso de tantos insumos es muy dañina para el planeta. Aunque se produzcan muchos alimentos, sólo las grandes corporaciones o los grandes terratenientes se benefician de ellos. Por eso, a la vez que en nuestras regiones los pueblos se han despoblado, en los países del Sur la pobreza y el hambre han aumentado gravemente y  precisamente en el medio rural. La reforma agraria que nunca se dio es ahora más necesaria que nunca porque la propiedad de la tierra se concentra cada vez en menos manos. Y los pequeños productores o las mujeres campesinas que resisten en los campos no pueden vender sus productos por la competencia que suponen los alimentos que llegan subvencionados del extranjero”.  “Es necesario –continuaba diciendo- recuperar la agricultura de pequeña escala, como la que la practica nuestro invitado, basada en la diversidad de los cultivos y con técnicas adaptadas a cada pequeña realidad local, que no hay patrones universales para esto. Queremos aprender de su forma de entender y de su forma de hacer”.

Estaba más orgulloso que nervioso. Su boina bien encasquetada era serena compañía. Pero mejor era saber que ese muchacho que tenía a su lado, comprometido en el apoyo a las comunidades rurales, era su nieto recién llegado de Nicaragua y que la boina le caería muy bien.

11 comentarios en “La boina

  1. Ojalá ese nieto de Nicaragua, pueda mentalizar a tanta gente para volver a la agroecología. Qué planteamientos locos los de los que adoptan la postura de las multinacionales que ahondan las diferencias en los recursos naturales y destruyen la Naturaleza!!! Qué pena!!!!

  2. Nosotros, los nietos de los abuelos que llevaban boina y no nos la regalaron porque era un anacronismo y ya no se llevaba, porque alguien había decidido que los de pueblo eramos todos analfabetos y teníamos que especializarnos en monocultivos agrícolas y mentales, nosotros, algún día también volveremos de Nicaragua. Y volveremos sabiendo que hoy por hoy no puede haber progreso sin regreso…
    Me ha gustado mucho, Gustavo.

  3. Bravo Ismael. Seguro que muchos «volveremos de Nicaragua». Así debe ser para enfrentarnos a esta colonización llamada «Globalización». También se podía haber hecho bien; pero, por lo visto, no importa mucho las consecuencias. Bravo por esa BOINA!!!!!!!!!!!

  4. Gracias Gustavo. Tú siempre «dando en el clavo». Me encanta seguirte y publicarte todo lo que puedo. Lo que haces es genial!!!

  5. Abro ahora el correo electrónico y me llevo la sorpresa de encontrar tu artículo. Gracias por enviármelo pero como estoy por Burgos con el camión he de decirte que ya lo había leído en «El Norte» esta mañana. Excelente relato, pues a mí, me parece más un bello relato que un frío artículo de prensa. Me sorprendes siempre con tu escritura independientemente del lugar en que me encuentre y mira que viajo, pues ya vaya por Navarra, Guipúzkoa o ahora en Burgos, aparecen en los periódicos locales artículos tuyos; seguro que en Galitzia -me los he perdido- también.

    En este relato me identifico con algunos aspectos: El viejo -cuando era joven- coge el autobús, o la camioneta, para ir a alguna pedanía palentina, que es mi tierra de lobo montaraz. ¡La boina…! Todavía conservo y aún llevo en días de «rasca» la vieja boina que me regaló mi suegra hace muchos años, allá en Alar del Rey; como no podía ser de otra manera, está fabricada por «La Encartada» y en Burgos, claro.

    (Off the Record): Eso que dices de «los alimentos subvencionados que llegan del extranjero» no será una licencia literaria, luego tienes que precisarlo más ya que induce a error. El extranjero es muy amplio y no te estarás refiriendo a los que llegan de África, por ejemplo, con elevados aranceles o a los que imponen los injustos Acuerdos de Partenariado.
    Un cálido saludo.

  6. Maravilloso relato, muy evocador… Estoy pensando en escribir uno sobre aquellos sabios druidas que recogían hierbas medicinales por los iberos bosques hoy deforestados salvajamente y que con aquellas hierbas hacían unguentos y cataplasmas para curar a la gente de sus poblados y como eso se ha convertido hoy en una medicina industrializada en donde los pacientes son solo informes médicos en una carpeta esperando a que los taches después de operarles…

    o quizas un cuentecillo de como antes el zapatero de mi pueblo que por dos cuartos te arreglaba las medias suelas e incluso te hacia aquellas alpargatas que aguantaban años y años de carreras y caminos; mientras que ahora los zapatos se fabrican por millares en cadenas en donde los trabajadores nunca conocerán a quienes los calcen…

    o a lo mejor lo escribo sobre don Matías, el del «colmao» de mi pueblo, que vendía desde latillas de sardinas en escabeche y garbanzos hasta cuadernos de caligrafía y arreos para las mulas… hoy en mi pueblo hay una gran superficie donde también venden de todo eso (bueno, arreos para las mulas no, porque mulas no hay), pero con prisas y engañosos reclamos de marketing y de forma fria e impersonal.

    Que felices seríamos todos si el señor de la boina nos siguiera cultivando las patatas y las berenjenas y los tomates… claro que habría que ver cuantos señores de la boina hacen falta para alimentar a tantos millones sin boina como habemos en el mundo… y que cada vez haberemos más.

    Y si en la botica de casa tuvieramos todavía las hierbas curativas que usaban nuestros ancestros cuantos sin sabores nos ahorraríamos en los hospitales masificados… claro que nuestra esperanza de vida seguramente se reduciría en 10 ó 15 años; pero bueno… eso no es necesariamente malo ¿no?.

    Y si el zapatero de mi pueblo aún tuviera su taller abierto me iría a verlo trabajar y a embriagarme con el olor a cola como cuando chico… claro que a par de zapatos al día (y echándole unas 10 horas diarias)
    el pobre hombre tendría que cobrar a unos 150 euros el par para poder vivir dignamente… y yo tendría que prescindir de mis deportivas para correr, de las botas para el trecking y de tener 3 o 4 pares de zapatos para combinar según la ocasión… y si es mi esposa, ni te cuento.

    Y si el colmao de don Matías todavía estuviera abierto, aún oiría como me saluda atento al llegar como cuando siendo niño entraba de la mano de mi madre y me obsequiaba con un caramelo o un trocito de «paloduz»… Claro que ahora don Matías tendría que tener abierto también hasta tarde y los sábados y los domingos, que es cuando mi mujer y yo tenemos tiempo para ir a comprar porque trabajamos los dos y además tendría que tener de todo, pero de todo, de todo, porque encima es que no tenemos ni tiempo para ir de una tienda a otra a comprar cosas (y si tenemos algo de tiempo -que a veces si- a lo mejor preferimos emplearlo en otras cosas distintas a la compra diaria)…

    En fin, que me entra mucha penita de vivir en este mundo deshumanizado y feroz que nos hace la vida tan cómoda, pero tan infeliz… Seguramente habrá alguna parte en el Mundo, en alguno de esos países a medio desarrollar de África o de América Latina o de Asia que siguen estando un par de pasos por detrás de la España de la postguerra, en donde todavía quedarán señores con boina y se curarán con hierbas y habrá zapaterías que huelan a cola y «colmaos» con «paloduz»… o sus equivalentes… alguien tendría que explicarles a la gente de esos países que ellos que son tan felices con esas cosas que se han quedado con la mejor parte del pastel y que deberían de dejar de arriesgar sus vidas para llegar a este infierno de mundo occidental y que todo esto que nosotros disfrutamos aquí en nuestra cómoda sociedad «avanzada» es un espejismo… y que harían bien en mantenerse al margen de esta espiral de desarrollismo y de progreso voraz que tanta angustia y estres nos acarrea a nosotros…. Si… alguien debería explicarselo.

  7. El artículo es una afortunada figura de lo que ha sido la triste realidad en el campo.
    Me quedo con lo que tengo y con lo que vivo. Aquello lo recuerdo pero no deseo que vuelva.

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