6 de septiembre de 2013. El Correo del Sol. Gustavo Duch
En tierras catalanas se las conoce por sugerentes nombres que explican que hace mucho tiempo eran tan y tan grandes que sobre sus lomos viajaban demonios (cavallets del diable) y que, después de que una santa los menguara a su tamaño actual, se les encargó el oficio divino de espías de sus antiguas monturas (espiadimonis); también tienen nombres que describen que sus hábitats son pozas, ríos o acequias (cavallets de sèquies) donde en traviesos viajes pueden enredarse entre el pelo largo de jóvenes que ahí se sentaron a leer (estiracabells); o corriendo tras ellas se las señala como expertas en técnicas de vuelo vertical (helicòpters).
Pero la población de libélulas -unas siete mil especies-, con su fragilidad y ojos atentos y saltones, lleva años disminuyendo. Lo afirma el profesor Alejandro Córdoba Aguilar, investigador del Instituto de Ecología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que ha visto que a consecuencia del cambio climático los huevos de estos insectos nacen antes de tiempo y, desprevenidos, mueren. Añadamos -es de pura lógica- los daños que [también] el diabólico sistema capitalista causa sobre sus hábitats: degradación y destrucción por la especulación urbanística, contaminación de las aguas, pesticidas en el ambiente, etc.
Sabemos que con la desaparición de las abejas -por causas similares- ponemos en grave riesgo la polinización y la cadena de la vida. Sepamos también que con la disminución de libélulas perderíamos a unos invertebrados muy buenos controlando la población de otros insectos y que actúan como indicadores de la salud ambiental de los ecosistemas.
Y, desde luego, debemos concienciarnos que comprometemos magníficos embustes del padre que asusta a sus niños y niñas contando que esos animalitos son los vampiros de las charcas; privamos a los entomólogos de sus mejores musas de alas cuadriculadas y vuelos rasantes; y, ¡diablos y demonios! acabaríamos con el mayor de sus prodigios: quien se baña en una poza con libélulas revoloteando a su alrededor sana de sus penas y ensancha el corazón.
Ahora los niños no se pican con las ortigas, ni se ensucian las rodillas, ni patean los rios (porque huelen mal), ni se suben a los arboles, ni se bañan en las pozas, ni cogen lagartijas, zampaburus, ranas,…ni pescan con un palo, un corcho, y un anzuelo, (que van a pescar si no queda casi nada), ni se mueven entre las pacas de paja, ni ayudan con su vitalidad y su alegria a recoger la cosecha de los pequeños huertos de verano, ni van a por leche a la vaquería, ….todos esos pequeños placeres, esas pequeñas cosas, esas experiencias vitales, esos momentos, esperemos que no se pierdan como lagrimas en la lluvia…
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