La Fertilidad de la Tierra. Invierno 2019. Gustavo Duch
Miento si digo que la abuela de Danilo era medio bruja porque tengo pruebas fehacientes que su condición brujeril lo era al ciento por ciento. Una de tantas la esgrime su nieto cuando cuenta lo ocurrido aquel día en que desde una de las casas vecinas a la de ellos, en unos humildes campos del Brasil, trajeron con urgencia a un niño de año y poco, más blanco que muchos cadáveres.
— Danilo, anda tráeme un puñado de hojas del árbol que da sombra a las matas de café — pidió la abuela con urgencia pero sin perder la calma.
Con ellas en la mano las agitó en fuertes movimientos junto al enfermo a la vez que emitía unos gritos igual de fuertes y de desafinados. Danilo y el resto de observadores, acostumbrados a los extraños rituales de la abuela, no se asustaron aunque existían sobrados motivos. Sólo pasaron tres o cuatro minutos cuando el niño se incorporó, y ya con colores sanguíneos en los mofletes, sonrió.
Más sorprendente fue cómo a la vez, las hojas mágicas del árbol que da sombra a las matas de café que cultiva la abuela se marchitaron instantáneamente entre sus manos, demostrando que la muerte –a la que tanto miedo tenemos– no es más que el antes de la vida.
